lunes, agosto 13, 2007

Novena Crónica: Kerath

Nada detenía el avance de Kerath. Las fuerzas armadas de la gran ciudad de Jorflang peleaban una batalla perdida en contra de su majestuoso ejército. La numerosa guardia del palacio, aproximadamente dos mil hombres, apostados dentro y fuera de las tierras del castillo, era lo único que se interponía entre él y la cabeza del Rey. Los soldados de Jorflang combatían fieramente, negándose a caer bajo el acero Krathiano, atravesando con sus grandes espadas a sus enemigos, hundiendo sus pesados mazos en los cuerpos de los destructores de su ciudad. Esto complacía a Kerath, las victorias debían pagarse con el sudor, la sangre y las vidas de ambos ejércitos, pero al final el desenlace era obvio: sin prisioneros, sin sobrevivientes, sólo columnas de humo y pilas de escombros, adornados con la carroña putrefacta de valientes y traidores por igual.

La magia oscura de Kerath complementaba su impecable uso de la espada, donde dejaba de avanzar los cadáveres de apilaban sangrientos, incluso su sombra parecía beber la sangre del suelo. Finalmente, envainando su espada y preparándose para conjurar sus horrores, Kerath llegó a la puerta exterior del castillo, que daba a una enorme explanada llena de jardines, abarrotada por los hombres más valientes del reino de Jorflang. El odio que consumía sus entrañas se materializó en una ráfaga de energía oscura que brotó de sus manos. La puerta metálica comenzó a oxidarse bajo la magia negra de Kerath hasta transformarse en polvo junto con al reja y los desafortunados soldados que eran tocados por el rayo corrosivo.

Seguido por sus hombres Kerath entró, conjurando estacas de hueso que cortaban impunes a través de escudos, armaduras, piel, músculo y vísceras, levantando horrores hechos de lodo sangriento y sombras impenetrables, arrancando la vida de sus oponentes y transmutando su energía en ponzoña y muerte. Usando las salvajes energías que rabiaban dentro de él, Kerath cubrió su brazo derecho con una feroz llamarada, la cual lanzaba furiosa en contra de sus oponentes, consumiéndolos en ardiente agonía. Abriéndose camino entre el acero enemigo, Kerath y sus hombres entraron en el rango de los arcos largos del ejército de Jorflang, mortales y certeros en las hábiles manos de los arqueros apostados en las terrazas, balcones y techos del palacio. Un momento después una lluvia de flechas partía el aire, dirigidas al Señor Oscuro y sus hombres. Kerath conjuró una espesa niebla que consumió oleada tras oleada de proyectiles. Alimentando su odio interior, el Señor Oscuro transformó la enorme llama que aún ardía en su brazo en una esfera concentrada de fuego negro, y dividiéndola en tres partes lanzó una a cada extremo de la línea de arqueros colocados en los techos del palacio y la última a los arqueros del centro de las terrazas. Cuando la primera llama alcanzó su blanco golpeó a un joven arquero, hundiéndose en su pecho sin dejar un daño visible en su armadura o su cuerpo. Un momento después el joven contrajo su rostro en una expresión que reflejaba un dolor intenso, sus manos arañaban su armadura en un intento desesperado por quitarla de su ahora humeante cuerpo mientras espantosos gritos desgarraban su garganta. Los ojos y la boca abierta del arquero se transformaron en antorchas de fuego negro poco antes de que su cuerpo explotara en pedazos, liberando una enorme columna de fuego oscuro que consumía sin clemencia a la gran mayoría de los arqueros del techo y parte de la fachada del palacio. La escena se repitió más cruentamente en donde las otras dos llamas encontraron sus blancos.

Al fin privado de la molestia de los arqueros, Kerath hizo brotar tres enormes columnas de hueso del suelo a manera de empalizada, atravesando a varios soldados que cargaban contra él, y usando un poco más de su energía oscura las desenterró completamente y las lanzó como monstruosos arpones en dirección de la puerta principal del palacio, empalando a otros cuantos en su trayecto. Al impactar la puerta una luz azul claro cubrió la puerta y los muros, repeliendo los proyectiles. Kerath se tomó las sienes con la mano izquierda, cerrando los ojos y extendió su brazo derecho en dirección de la puerta, concentrando su mente en encontrar los hechizos que la protegían. Abriendo los ojos, Kerath hizo algunos ademanes sencillos, sin esfuerzo ni complicaciones, y seguido por sus hombres, sobrevivientes únicos y absolutos campeones de la batalla de la explanada, se dirigió a la puerta.

Su ira reencendida fue suficiente para derribar la desprotegida puerta, pero los pocos guardias que cuidaban el interior del castillo probaron ser excelentes guerreros y hechiceros. El ejército de Kerath salió airoso de las batallas del interior del castillo, marchando directamente hacia los aposentos del Rey. El último batallón de guardias se enfrentó a los hombres de Kerath mientras él se adelantaba al encuentro de su presa con la espada desenvainada. Al entrar por la puerta más adornada del último piso, Kerath fue atacado por feroces hechizos elementales y filosas espadas que lo tomaron por sorpresa, los cuales repelió tanto como le fue posible. Con la armadura humeante, los ropajes perforados y teñidos con su sangre, y olas de dolor cruzando por su cuerpo, Kerath encontró renovado odio en su interior y peleaba como un demonio de sombras, fuego y acero. El rey de Jorflang probó ser un excelente guerrero, un digno oponente del Señor Oscuro, su manejo de la espada era admirable, sus habilidades mágicas muy complementarias y su sincronización con su guardia personal era casi perfecta, pero Kerath usaba su espada con más destreza, sus habilidades mágicas eran devastadoras y mortales, y no necesitaba de ninguna guardia personal para matar a esos hombres. Uno a uno los guardias caían muertos y el rey perdía más sangre. Ya en duelo singular el rey de Jorflang lanzó un golpe certero al hombro de Kerath, abriendo una profunda herida. Encolerizado, Kerath redobló sus ataques, haciendo explotar gran parte del techo y las paredes de la estancia, quedando al aire libre. El rey se encontraba exhausto cuando Kerath finalmente lo desarmó, y con un golpe firme y poderoso cortó su cabeza de un tajo. Tomándola por el cabello Kerath la alzó para que su ejército, que ya lo esperaba en la explanada, pudiera ver la victoria de su General. Un rugido se levantó de la explanada mientras Kerath se envolvía en la nube de sombras en la que usualmente viajaba y se dirigía a su ejército para guiarlos hacia la conclusión de otra aplastante victoria.

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1 Comments:

Blogger María Buendía said...

de oscuro
de gris
de sombras
y violeta sangre

de gris desenlace

2/9/07 3:27 p.m.  

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