martes, diciembre 05, 2006

Lucio II

Después de todo no soñó. Hacía tres semanas que Lucio había despertado rodeado de cadáveres putrefactos de insectos, y hacía tres semanas que deambulaba por el templo sin encontrar la salida ó aquel prometido poder.
Lucio temblaba de furia y miedo, cada vez que entraba a otra estancia un nuevo monstruo lo atacaba, había ya combatido todo tipo de demonios y horrores que lo atacaban incluso en sus sueños. Las trampas de las que había escapado habían reclamado parte de sus pergaminos y sus provisiones.
De pronto, fatigado y temeroso, Lucio quedó boquiabierto al encontrar una enorme puerta de metal oscuro, más grande y majestuosa que la que servía de entrada al templo. Canalizando su frustración y su enojo conjuró un hechizo devastador, el cual abrió de par a par la puerta, rompiendo las bizagras que la sostenían. Lucio desenvainó su espada, listo para enfrentar a otro demonio de azufre ó a un poderoso vampiro de Argathab.
Para su sorpresa no encontró oponentes, sólo una estancia enorme, sus paredes, al contrario del resto del templo, estaban hechas del mismo material negro del que estaba hecha la puerta, a pesar del gran tamaño del lugar no había una sola columna en la estancia. La estancia era tan grande que podría caber un ejército, pensó Lucio en su asombro.
En el centro del techo había un orificio por el cual se colaba un rayo de luz azúl que iluminaba un objeto en el centro del gran salón.
Lucio corrió. Finalmente, después de tantas batallas y tantas pruebas había encontrado su objetivo, el más poderoso y mejor guardado hechizo jamás creado. El objeto al centro de la estancia se encontraba dentro de un enorme círculo lleno de formas que parecían mostar una guerra, el objeto en si era una gran lápida con una escritura conocida por Lucio: K'rathiano.
Sin pensarlo dos veces Lucio comenzó a recitar la escritura, concentrando todo su poder en alimentar el hechizo. Conforme iba pronunciando las palabras la estancia se oscurecía y el rayo de luz se tornaba rojo, al llegar a la mitad de la lápida un dolor punzante golpeó su cuerpo, sangre comenzó a escurrir por su nariz y a gotear de su boca. Con cada línea del dolor crecía, pero Lucio no cedía, su ambición y su hambre de poder lo devoraban con más fuerza que el dolor.
Ya de rodillas, a punto del desmayo, Lucio terminó la escritura....

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